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Buenos Aires, 1955.

El profesor había terminado la clase un rato antes. Ana salió. Era invierno, desde las 7 de la tarde que era de noche. Ana tenía ganas de llegar a su casa.

Esperó el colectivo.

Subió y caminó a contrapelo. Pasó los primeros asientos, la tercera fila ya estaba más liberada. Se quedó parada frente al asiento que estaba más cerca de la puerta. Empezó a desenfundar: guantes y gorro. El afuera fundía a negro.

Ya estoy cerca, queda sólo una parada.

Otra vez los guantes y el gorro. Ane se había arrimado a la puerta y por primera vez levantó la vista. Él le sonrió respetuoso. Ella tímida, demoró en sonreír.

No fue la primera vez que había coincidido en el transporte.

 

A veces lo que se cree amor es solo convergencia.

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