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Moscú, 1950.

Olya había tenido, antes de conocer a Dmitri, un romance del que nunca se la escuchó hablar.

Solo Dmitri lo recordaba.

Al irse a vivir juntos, él encontró un encendedor que llevaba grabada una fecha: 1940. Pero, por lo que sabía, Olya nunca había fumado.

 

Años después, Olya quedó embarazada de Dmitri. Cuando ella se enteró de que de los dos embriones implantados habían resultado tres hijos, pensó que el médico era un imbécil y que ella también lo era.

Porqué se había dejado convencer en pos de una ciencia que le importaba nada.

Dmitri era quien tenía la culpa. Si ella apenas quería tener uno, qué iba a hacer con tres. Quizá a alguno podían dejarlo en el Centro de Investigación de Ciencias Médicas. Para qué querían tantos.                

Dos tenían los mismos colores de Sergei, el padre de Olya, y uno era idéntico a Dmitri. Dos gemelos y su mellizo; o trillizos con dos gemelos; no sabía ni cómo llamarlos. Había dos que habían nacido en la misma bolsa y habían compartido el mismo óvulo; y otro, el tercero, se había gestado en una bolsa independiente y con un óvulo para él solo.

Olya pensó que ese, así, egoísta, le daría problemas. 

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